El próximo 23 de junio se va a celebrar el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Se trata, sin duda, de uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta la UE desde hace décadas. Nadie duda de que su salida tendrá un enorme impacto, pero sea cual sea el resultado deberá servir para reflexionar sobre el futuro del proyecto europeo y sobre nuestra relación con las entidades políticas.

Un resultado favorable al “Brexit” en el referéndum sería muy perjudicial en el corto plazo para Reino Unido y para Europa. Los británicos tendrían que negociar con la UE unas nuevas condiciones para poder seguir actuando en el mercado único o verse bastante limitados en sus transacciones comerciales, hacer frente de nuevo al reto secesionista de Escocia y a un órdago de Gibraltar. Por su parte, para Europa supondría dificultar su recuperación tras la crisis, perdería a su segunda economía más importante, perdería influencia política en el mundo, perdería equilibrios de poder dentro de sus instituciones, donde Alemania ganaría aún más peso y, sobre todo, aumentaría el riesgo de contagio euroescéptico en otros países. No obstante, el “Brexit” también puede ser una oportunidad a medio y largo plazo, por cuanto puede provocar una unión más estrecha entre los Estados que la forman y que se lleguen a acometer las reformas que no se han llevado a cabo para fortalecer el euro y la propia Unión (unión fiscal, completar la unión bancaria y luchar de manera eficaz contra el fraude y los paraísos fiscales).

Sin embargo, pase lo que pase en el referéndum del 23 de junio creo que va a haber un antes y un después en la UE. La imagen de la Unión está muy deteriorada a nivel general –incluso en países donde siempre ha habido un alto apoyo al proyecto europeo, como España, ha aumentado el euroescepticismo en el último año-, los ciudadanos sienten que las instituciones comunitarias están muy alejadas de sus problemas cotidianos y en muchos casos desconocen a qué se dedican nuestros europarlamentarios. La crisis económica no ha ayudado en absoluto a tener la impresión de una Unión fuerte y preocupada por sus ciudadanos y, por si fuera poco, la crisis de los refugiados ha indignado, de un lado, a una buena parte de la población que se avergüenza de las respuestas dadas desde Bruselas y, de otro, ha provocado un aumento en el apoyo a partidos de ideología extremista con claros rasgos xenófobos.

La impresión en muchos ciudadanos es que la UE no es hoy sino una estructura burocratizada alejada de los problemas domésticos, centrada exclusivamente en la unión económica y que se ha olvidado de los valores superiores que fueron clave en su fundación: la paz, la democracia, la libertad y la solidaridad.

La UE no puede verse únicamente como un proyecto político o económico. Europa tiene una cultura común que, partiendo de las tradiciones griega, romana y judeo-cristiana pasadas por la criba de la ilustración y las corrientes liberales, le ha permitido consolidar una civilización rica en valores que no pueden dejarse de lado en la construcción de un proyecto común. Es cierto que muchos de estos valores tradicionales hoy están en entredicho –es un rasgo propio de los países de tradición ilustrada el hacer crítica de los propios valores, algo que no sucede en otras culturas-, pero ese cuestionamiento se hace sin que se nos ofrezcan valores alternativos más altos, al contrario de lo que sí ocurrió con el pensamiento ilustrado, que aportó la razón como valor superior para construir un mundo mejor y sustituir la superstición y la tiranía por la ciencia y la libertad.

Como bien señala Javier Gomá en su “Ejemplaridad pública”, “los valores últimos y más sublimes han desaparecido de la vida pública por efecto de la crítica nihilista y de la secularización y todavía nuestra época no ha sabido crearse costumbres donde los nuevos valores se propongan de forma convincente a la ciudadanía”. Este proceso de crítica y relativización de los valores sin tener sustitutos para ellos nos lleva a perder las referencias en un proyecto de civilización que dé cabida a ciudadanos de credos, culturas y nacionalidades diversas. Si el proyecto europeo quiere continuar adelante y recuperar el apoyo de la ciudadanía necesita un liderazgo que vaya más allá del liderazgo político. Necesita liderazgo moral. Y ahora mismo los ciudadanos europeos nos sentimos huérfanos de él.

Aprovechando esta circunstancia, es momento de replantearse si son los “MacroEstados” como la Unión Europea las organizaciones políticas ideales para satisfacer nuestras demandas como ciudadanos. Esto es, si más allá de los beneficios de lograr la eliminación de las fronteras o una política común en defensa, son adecuadas para garantizar que llevemos a cabo nuestro proyecto de vida.

Las relaciones dentro de los “MacroEstados” como la Unión Europea se basan en difíciles equilibrios de poder entre Estados grandes y pequeños, más y menos poblados, con mayor y menor nivel de desarrollo. En algunos casos el proceso de adopción de acuerdos es realmente complejo y puede dar lugar a que los países de mayor tamaño o población impongan su criterio a los demás o, al contrario, que los más pequeños veten determinadas decisiones que les afectan negativamente a nivel local pero perjudiquen con ese veto a la mayor parte de ciudadanos europeos. Lo mismo sucede en el caso de acuerdos y tratados internacionales que implican a diversos Estados, como sucede en el seno de la ONU.

¿Es esta la mejor forma de seguir funcionando en el futuro? ¿No estamos diciendo que los grandes Estados están cada vez más alejados de los ciudadanos? ¿Hay alternativa?

En la actualidad, casi el 50% de la población mundial vive en grandes ciudades y se estima que antes de 2050 este porcentaje será del 75% para una población mucho más elevada que la actual (en el caso de Europa, este porcentaje ya llega hoy al 80%). El crecimiento de nuevas urbes en África y Asia es ya una realidad y en pocas décadas alcanzarán una gran importancia, especialmente si algunos de los países consiguen avanzar en derechos y libertades y favorecen el crecimiento económico y el desarrollo de los ciudadanos.

Las ciudades serán cada vez más tecnológicas, el concepto de ciudad inteligente (“smart city”) estará totalmente normalizado y unas y otras estarán permanentemente interconectadas entre sí para favorecer no solo las relaciones privadas –en lo personal y en el mundo de los negocios- sino también la cooperación en políticas públicas.

La socióloga Saskia Sassen, galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2013, introdujo a principios de los años 90 el concepto de “ciudad global” para referirse a aquellas ciudades que tienen un efecto directo en los asuntos mundiales, a través de los aspectos socioeconómicos, políticos y culturales. Son ciudades cuya influencia es global y los casos más paradigmáticos eran entonces París, Nueva York, Tokio y Londres. Hoy existen muchas más de las que Sassen identificó cuando realizó su estudio, como Beijing, Berlín, Chicago, Los Angeles, Miami, Madrid, Melbourne, Shanghai, Singapur o Sydney, entre otras.

Sassen expone en su estudio que, “lo que ha quedado claro en las últimas décadas con el crecimiento de las ciudades globales es que nuestro futuro geopolítico no va a estar determinado por el dúo EEUU-China, sino por veinte o más redes urbanas estratégicas alrededor del mundo.” Sin embargo, frente a la visión pesimista que tiene sobre el futuro de las ciudades como grandes centros de desigualdad producto, a su juicio, de los males del neoliberalismo, yo pienso que podemos asistir a una mejora generalizada de las condiciones de vida que van a redundar en una salida cada vez más rápida de la pobreza de quienes viven ahora en las zonas menos desarrolladas del planeta y un aumento considerable de la clase media en aquellas zonas donde existe mayor desigualdad.

Para ello, a la par que se produzca el desarrollo tecnológico de las ciudades, harán falta políticas que favorezcan un planeamiento urbano que evite los “guetos” que existen en algunas grandes urbes o el desplazamiento de las clases más desfavorecidas hacia barrios paupérrimos con construcciones de baja calidad, donde faltan buenos servicios básicos, que carecen de zonas verdes y que en muchos casos tienen elevados índices de contaminación. Las ciudades del futuro deben garantizar el confort de todos sus habitantes, su dignidad y su libertad.

Adicionalmente, será necesario transferir a las ciudades competencias fundamentales en materias esenciales -educación, sanidad, empleo, emprendimiento- pues su mayor cercanía a los ciudadanos justifica que ellas aborden las políticas más adecuadas en esas materias y las gestionen.

En este sentido, las ciudades deberán poner en marcha relaciones multilaterales con otras ciudades para desarrollar proyectos conjuntos de cooperación en determinadas políticas. Dice Moisés Naïm en “El fin del poder” (Debate-Penguin Random House, 2013) que las alianzas entre unos pocos países con similares intereses son mucho más efectivas que los tratados universales que tratan de poner de acuerdo a todos los Estados (como sucede, por ejemplo, con el Protocolo de Kyoto). A esta idea la denomina “minilateralismo” y considera que “puede serle útil a los países pequeños, cuando consiste en alianzas de unos pocos que tienen más probabilidades de lograr sus fines y menos de que les cierren el paso las potencias dominantes celosas de resguardar su influencia”.

Al contrario que los Estados, las ciudades interconectadas van a poder avanzar a mayor velocidad y ejecutar con mayor celeridad el contenido de las alianzas a que lleguen con otras ciudades para desarrollar políticas conjuntas que mejoren las condiciones de vida de sus ciudadanos. A su vez, esas alianzas serán más factibles entre ciudades que compartirán similares problemas y características que entre Estados tan diversos como los actuales. ¿Sería posible que las ciudades pactaran entre sí las condiciones para hacer transacciones comerciales o financieras entre compañías radicadas en ellas? ¿No podrían las 20 ciudades más grandes acordar medidas de reducción de la contaminación, fijar las bases para permitir los modelos de economía colaborativa en transporte o turismo, establecer una regulación común para el suministro de gas y electricidad e, incluso, pactar la legalización de determinadas drogas? ¿Es tan difícil de imaginar? Hoy hablamos de la posibilidad de ceder más soberanía a la Unión Europea para conseguir avanzar en el proyecto europeo, esto es, ceder soberanía hacia una entidad supranacional que está más alejada de los ciudadanos, ¿por qué no cederla a entidades que están más cerca de nosotros?

No será inmediato y deberán mantenerse ciertas competencias en un nivel de Administración supralocal, como el Estado, pero creo que en el futuro se llevará a cabo una transferencia de poder hacia las ciudades de manera progresiva. En el plazo más inmediato el “Brexit” se nos plantea como un terremoto para el seno de la UE, pero es momento de empezar a pensar en qué relación queremos mantener a futuro con nuestras Administraciones y se me antoja que estrechar esa relación con las ciudades será a la larga más beneficioso para nosotros.

Escrito por Carlos Martinez Jaen

Sujeto de derechos, obligaciones y prejuicios, pero intentando dejar estos últimos. El futuro viene a gran velocidad y trae grandes sorpresas, no le tengamos miedo pero estemos preparados. Va a ser apasionante.

3 Comentarios

  1. Ruth Jaén Molina 22 junio, 2016 en 11:19 am

    Me parecen muy interesantes tus reflexiones y estoy muy de acuerdo en mucho de lo que comentas. Yo, también me siento huérfana de liderazgo moral. Pero entiendo que somos todos los ciudadanos, y no sólo nuestros líderes políticos, los que debemos aportar esa moralidad a nuestros actos. Con todos los acontecimientos relacionados con los refugiados, he sentido y sigo sintiendo mucha vergüenza ajena y propia. De las fronteras, las vallas, las alambradas que los gobiernos europeos han dado como respuesta, de la falta de empatía, de solidaridad. Y en cuánto a mí, siento vergüenza de no haber hecho más, de no haber gritado más alto, más fuerte, más veces, de haber confiado en que unas donaciones y unos clicks de ordenador iban a suponer una diferencia, de haber estado días e incluso semanas sin pensar en los refugiados, absorta en «mis preocupaciones», mientras las imágenes de niños, mujeres e incluso hombres con mucho miedo siguen llenando los telediarios, miradas que cuentan historias terribles sin palabras. Y, en Europa, en lugar de fomentar el diálogo y el respeto mutuo para favorecer su integración se sigue jugando a la política del miedo. A veces creo que se fomenta esa visión de peligro, de desconfianza, de que vienen a quitarnos lo que es nuestro, como una estrategia de los gobiernos para justificar no darles ayuda, no darles asilo. Me parece que debemos estar por encima de esos «juegos» y apelar a la solidaridad, a la búsqueda de soluciones que impliquen la aceptación del otro, la empatía pues al fin y al cabo, cualquiera de nosotros podría verse avocado a emigrar y convertirse por tanto, en un inmigrante más. Cada vez le doy más vueltas a si es posible, y de serlo, cómo se implementa, una educación que fomente la tolerancia real, que de verdad contribuya a que desaparezca ese sentimiento de desconfianza que dificulta en este caso la acogida plena de los refugiados pero que sería aplicable a otros muchos casos. Todos sabemos que hay que ser respetuosos y tolerantes, pero ¿dónde están los ejercicios que, por ejemplo en el colegio, implementen ese aprendizaje de forma concreta, con resultados robustos? Sin duda la educación es un pilar básico para formar a personas que puedan ser buenos ciudadanos del mundo….pero después de ver que la Eurocopa que podría haber sido una ventana para muchos niños/as a lo que significan muchos de los valores positivos que se deberían asociar al deporte, sin embargo, está siendo otro ejemplo más de todo lo que queda por hacer y de lo bajo que puede caer el ser humano….adultos abusando, despreciando, divirtiéndose a costa de unos niños que están mendigando en las calles.
    Por eso, aunque las “smart cities” están muy bien, desde mi punto de vista hasta que no seamos capaces de llenarlas de ciudadanos con “otras” inteligencias, sensibles, respetuosos, tolerantes, generosos, empáticos,…..no sé si podremos realmente avanzar hacia un futuro mejor. De momento, creo que se están confundiendo los gadgets tecnológicos con la verdadera inteligencia, que yo entiendo como una forma de resolver problemas del modo más eficiente posible con los recursos disponibles. Nos perdemos tanto en cuestiones tecnológicas, que nos olvidamos de pensar en los fundamentos: en el capital humano que debe estar detrás de esas ciudades, de esas apps, en cuáles son los temas cruciales para la sostenibilidad (eficiencia energética, gestión de aguas… pero también agricultura sostenible y regenerativa, bioconstrucción, salud humana, etc.), pues será entonces cuando esa interconexión de la que hablas, será posible porque los ciudadanos estarán preparados para llegar a consensos, para colaborar por un bien común, cuando se podrán tomar decisiones respetuosas para las personas pero también para el resto de seres con los que compartimos el planeta.

    En fin, primo como ves tu texto me ha dado mucho que pensar….imposible darte una respuesta corta 😉

    Ruthi

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    1. Muchas gracias Ruthi. Me parece muy pertinente tu comentario. Efectivamente, no podemos responsabilizar siempre a los políticos mientras nosotros no hacemos todo lo que esté en nuestra mano. No podemos criticar el fraude fiscal de unos y a la vez ser defraudadores (aunque sea en cantidades mucho menores), o criticar el enchufismo y enchufar nosotros a amigos o conocidos que no son el mejor perfil para el puesto, o denunciar la corrupción política y aceptar nosotros favores a cambio de hacer otros. Es una cultura que debemos cambiar. Y debemos empezar por ser responsables, hacernos corresponsables de lo que sucede y poner cada uno nuestro granito de arena en cambiar las cosas. No podemos exigir ejemplaridad sin dar buen ejemplo nosotros. Nuestros actos influyen en los demás, como los suyos en nosotros. Somos ejemplo para bien y para mal y debemos elegir ser ejemplo para bien.

      Con la inmigración no es tan fácil actuar desde nuestra posición porque nos encontramos con barreras legales que no nos podemos saltar fácilmente ni todos tenemos el valor y el espíritu de sacrificio como para ir a los campos de refugiados a trabajar por ellos y a tratar de cambiar las cosas desde el terreno, pero efectivamente podemos hacer más para denunciar la pasividad de quienes aprueban y aplican esas normas. Sin duda hay que hacer una reflexión profunda sobre esta Europa que no acepta refugiados, que los tiene hacinados en campos…

      Cuando hablo de las smart cities no digo que sean la solución a todos los problemas pues coincido contigo en que las soluciones deben venir de la propia sociedad, empezando por cambiar nuestra cultura, como decía antes. Mi reflexión sobre las smart cities es de carácter político-administrativo. Lo que planteo es que en el futuro será más fácil que determinadas políticas se adopten desde las ciudades porque son estructuras políticas más cercanas a los ciudadanos, con mayor velocidad de reacción y con mayor capacidad para llegar a acuerdos con otras ciudades similares a ellas (en tamaño, población, tecnología…). Hoy el «Brexit» nos tiene a todos alarmados pero pensando en el largo plazo debemos reflexionar sobre cuál debe ser el papel de los Estados y MacroEstados (como la UE) altamente burocratizados, lentos de reacción y alejados del ciudadano, y cuál debe ser el papel de las ciudades.

      Seguramente las estructuras supranacionales deban conservar competencias básicas de seguridad y defensa, pero otras tendrán que transferirse a las ciudades, que tendrán la capacidad real de gestionarlas y que podrán tomar con mayor velocidad determinadas decisiones, incluyendo las relativas a la integración de grandes cantidades de población inmigrante.

      Es curioso, hoy mismo al hilo del «Brexit» el Alcalde de Londres ha recibido una petición firmada por miles de ciudadanos pidiendo que se convoque un referendum para que Londres sea una ciudad autónoma que pueda llegar a acuerdos directamente con la UE 🙂

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  2. Ruth Jaén Molina 30 junio, 2016 en 10:37 am

    “No podemos exigir ejemplaridad sin dar buen ejemplo nosotros. Somos ejemplo para bien y para mal y debemos elegir ser ejemplo para bien.”

    Querido primo, ese es un lema que yo trato de aplicarme,…., claro que uno no es perfecto y no siempre lo consigo pero al menos me esfuerzo en ello. Y si hay algo en lo que espero algún día superarme es en ser más valiente y poder dar el paso de ir a ayudar a la gente en el terreno. Son muchas las veces que he querido hacer un viaje con fines humanitarios, solidarios pero aunque también ha influido la falta de medios, casi siempre lo que me ha frenado es no ser lo suficientemente valiente y tener la determinación que hace falta.

    Y qué razón tenías y buena intuición has tenido con lo de que el futuro va a pasar porque las ciudades adquieran más poder y autonomía política-administrativa. El resultado del Bexit, creo que va a generar “mucho movimiento” (no sé cómo van a resolver el tema Escocia e Irlanda del Norte) y ojalá que sea para mejorar la gestión dentro de la UE (y de los países que queden fuera, como Holanda que ya está dando sus pasos), para que ésta sea más efectiva y más realista con las necesidades de los ciudadanos.
    Y esto no va a quedar sólo en Europa, ya dentro de EEUU hay estados que están pidiendo hacer un referéndum para independizarse….y es que la unión de tantos estados, tan diferentes entre sí (cultural y socialmente) lleva a que los esfuerzos de entendimiento, consenso y equidad sean muy complicados…

    Gracias por tus reflexiones.

    Un beso

    Ruthi

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