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Dos Españas en un campo minado

El Premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman, explica en su libro “Pensar rápido, pensar despacio”, que nuestro mecanismo de toma de decisiones se divide entre el Sistema 1 (pensamiento rápido) y el Sistema 2 (pensamiento lento). Cuando hacemos uso del Sistema 1 tomamos decisiones de forma intuitiva y emocional, de manera que es un sistema más “barato”, más rápido y que no nos supone esfuerzo; mientras que con el Sistema 2 empleamos la deliberación, la lógica, y eso nos lleva más tiempo, es más “caro”. Según Kahneman, aunque la mayor parte de las decisiones que tomamos en nuestro día a día se basan en las intuiciones (Sistema 1 emocional) por suponer menor coste de tiempo y energía, hay momentos en que debemos hacer uso del Sistema 2 (deliberativo), ya que el primero puede no ser fiable para tomar la decisión que más nos convenga.

Por ello, puede afirmarse que nuestra forma de percibir la realidad y de tomar decisiones no está bajo nuestro control tanto como pensábamos. Nuestra racionalidad está muy condicionada por los llamados sesgos cognitivos, que nos influyen mucho más de lo que creemos. Así, nos dejamos llevar por el “efecto cascada” cuando tenemos que tomar decisiones en grupo, aplicamos una heurística afectiva para dar más peso a los datos que nos reafirman en nuestra decisión frente a la información que nos contradice, nuestros recuerdos están influidos por la emoción que sentíamos en el momento en que los hechos tuvieron lugar, etc. Además, el hecho de que seamos seres que tendemos a vivir o relacionarnos en grupos –en tribus- bien cohesionados (llámense derecha e izquierda, creyentes, ateos, feministas, negacionistas del clima, etc.) para el logro de nuestros objetivos o la satisfacción de nuestras inquietudes, nos lleva a defender a nuestro grupo cuando sufre el ataque de otros, aun cuando ese ataque esté justificado. Es decir, los sentimientos (Sistema 1) anteceden a las razones (Sistema 2) y, por lo mismo, la pertenencia a un grupo nos conduce a disculpar su conducta sin analizar con suficiente objetividad si realmente obró de manera adecuada.

En la actualidad, la crisis sanitaria provocada por el coronavirus -unida al clima de crispación que ya estaba instalado previamente entre nosotros- está amplificando, a mi juicio, nuestra exposición a las emociones, impidiéndonos sortear los sesgos cognitivos y juzgar de manera objetiva las decisiones que toman Gobierno y oposición. La reacción exagerada de los simpatizantes de uno y otro lado con respecto a los bulos, la desinformación, el insulto, la crítica, la deslealtad de unos con otros, etc. deja un panorama desolador para el futuro postpandemia, cuando sería necesario que los partidos se sentaran a pactar con altura de miras y sin cálculos electoralistas.

Por ejemplo, desde el inicio de la crisis se han difundido numerosos bulos poniendo en entredicho la labor del Gobierno, ya sea haciendo una interpretación torticera de las normas aprobadas, ya sea inventando noticias falsas. Así, han circulado bulos -en algunos casos, compartidos por dirigentes del PP y de Vox- que lo acusaban de aprobar normas para habilitar la «expropiación» de viviendas vacías sin compensar a los propietarios –lo cual nos ponía ya en la puerta de entrada al chavismo-, que había permitido a la comunidad musulmana celebraciones multitudinarias en la calle durante el confinamiento, mientras perseguía a los católicos por asistir a misa, o que había dado instrucciones a Whattsapp para impedir que se pudieran compartir mensajes críticos contra él.

Por su parte, mientras que desde el ejecutivo se critica esta proliferación de bulos o fake news, el propio Gobierno o los partidos que lo forman inventan otros para defender su actuación –España es uno de los diez países que más tests realiza; España fue el país que actuó más rápido contra el coronavirus, etc.- o desempolvan viejos bulos contra la oposición para culparla de la magnitud de la crisis (el Partido Popular privatizó la sanidad en la Comunidad de Madrid) y deshumanizar a sus dirigentes (las frases falsamente atribuidas a Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre sobre lo bien que han vivido los pensionistas y lo que se ahorraría el sistema si murieran).

<<Al cambio de actitud deberían ayudar los medios de comunicación, que en España están fuertemente ideologizados y se dirigen a una audiencia muy politizada>>

A todo este intercambio de bulos los simpatizantes de uno y otro lado reaccionan habitualmente de la misma forma: (i) creen que “los suyos” no difunden bulos, sino que esto es algo que solo hacen “los otros, los de siempre”; (ii) piensan que «su partido” no actúa de mala fe al difundir cierta información, que a ellos les resulta creíble, aunque luego se revele como falsa; o (iii) aunque la práctica de difundir bulos les parezca reprobable, son más comprensivos o tolerantes cuando proceden del partido al que apoyan («hacen mal, pero los otros hacen algo peor», «y tú más», etc.).

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En estos casos las personas se dejan llevar por sus emociones, son cautivas de sesgos cognitivos –como el sesgo de confirmación- o de pertenencia al grupo, lo que les impide valorar con objetividad los comportamientos de unos y de otros y concluir, siguiendo con el ejemplo de los bulos, que desde ambos lados se ha actuado de una forma que debe ser rechazada con la misma contundencia.

Esto mismo sucede con aquellos a quienes les parece imposible que se pueda criticar a la vez a Gobierno y a oposición o reconocer que ambos puedan hacer cosas bien. Por ejemplo, con quienes, con toda la razón, claman contra el Gobierno por la falta de previsión ante la llegada de la epidemia del coronavirus a España, pero nada dicen de la deficiente gestión realizada en las residencias de ancianos en comunidades gobernadas por el PP –en solitario o en coalición con Ciudadanos-, como Madrid, Andalucía o Galicia, y que ha tenido como resultado un elevadísimo número de muertes.

Asimismo, no resulta descabellado que a la vez que se critica al ejecutivo por algunas de las medidas aprobadas durante estos meses de crisis o por su forma de hacerlo -sin sentarse con la oposición, de manera improvisada, con descoordinación entre ministerios, etc.- pueda también criticarse al PP por no haber presentado alternativa alguna y limitarse a hacer una oposición sin argumentos, una oposición del «no es no» tan vacía de contenido como la que hizo en su día el propio Sánchez. Sin embargo, no parece que sus votantes estén dispuestos a dejar de defenderlos a toda costa.

De hecho, muchas voces dentro del PSOE y de Podemos creen que no es momento de reprobar la gestión que está haciendo el Gobierno y que la oposición debe comportarse «con lealtad», sin consentir que se puedan estar equivocando o que puedan existir otras medidas mejores a las que están aprobando para atajar esta dura crisis. Quienes esto defienden olvidan, sin embargo, la dura oposición de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias a Mariano Rajoy cuando en 2014 tuvo que hacer frente a la “crisis del ébola”, que se saldó únicamente con el fallecimiento de dos misioneros españoles que habían sido repatriados desde Liberia y Sierra Leona tras contagiarse del virus, el contagio en territorio nacional de la enfermera Teresa Romero y el sacrificio de su perro “Excálibur”.

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Los desencuentros entre Gobierno y PP en relación con la crisis del coronavirus han provocado que la discusión vaya subiendo de tono en las redes sociales y que empiecen a proliferar los insultos entre sus simpatizantes. He leído como se llama perros y buitres carroñeros a los dirigentes del PP y canallas y miserables a los miembros del Gobierno. Por supuesto, la reacción de sus partidarios ha sido la esperable: ofenderse con los insultos que lanzan a «los suyos», pero defender a quienes insultan a «los otros».

Como vemos, hay muchos ejemplos de este comportamiento sesgado. Podría hablarse también de cómo se disculpa a un partido por sus casos de corrupción mientras se lincha al contrario, o la distinta vara de medir que algunos utilizan para justificar o censurar escraches según si quienes los sufren son de un signo político o de otro.

<<Me temo que seguiremos juzgando con distinta vara de medir a “los nuestros” y a “los suyos”, pero si hay un momento para creer que estamos caminando sobre un campo minado, ese momento es este>>

Sería deseable que al pasar esta crisis pudiéramos ser más tolerantes con los políticos de ideología distinta a la nuestra y más exigentes con los errores que cometan aquellos a quienes apoyamos. Resulta más necesario que nunca que todos los partidos políticos se sienten a cerrar acuerdos sobre cuestiones cruciales en materia económica, social, educativa y laboral, pero esto será más fácil si hay un clima menos crispado en la calle, y eso pasa porque seamos capaces de juzgar las actitudes de los partidos con más objetividad y menos pasión.

A este fin deberían contribuir los medios de comunicación, que tendrían que reflexionar sobre su relación con los partidos políticos y con sus lectores o espectadores. Como resalta en esta charla Elena Herrero-Beaumont, miembro del Consejo Asesor de la Fundación Compromiso y Transparencia, los medios en España están fuertemente ideologizados, tienen un pacto no escrito con una audiencia muy politizada, una audiencia “de trincheras”, y tampoco cuentan con procedimientos internos adecuados para confirmar la veracidad de los hechos que relatan o su debida imparcialidad a la hora de contarlos. Es habitual, de hecho, que en los medios se confundan noticias con opiniones y que sabiendo, como asumo que saben, que nos dejamos llevar fácilmente por las emociones del Sistema 1 ciertos titulares y reportajes se dirijan deliberadamente a provocar en nosotros juicios fáciles, sin que luego dediquemos tiempo a contrastar la veracidad de la información o a valorarla con suficiente espíritu crítico. Es necesario que los medios de comunicación renueven su compromiso con la imparcialidad y la objetividad de la información y dejen de lado el periodismo de trincheras.

Dice Kahneman que “la manera de bloquear los errores que origina el Sistema 1 es un principio sencillo: reconocer las señales de que estamos en un campo cognitivo minado, detenernos y pedir refuerzos al Sistema 2 […] La voz de la razón puede ser mucho más tenue que la voz alta y clara de una intuición errónea y cuestionar nuestras intuiciones es poco agradable en medio de la tensión que acompaña a una gran decisión […] La conclusión es que es mucho más fácil identificar un campo minado cuando vemos a otros caminando por él que cuando lo hacemos nosotros”. Pues bien, no tengo gran esperanza en que las cosas cambien y mucho me temo que seguiremos juzgando con distinta vara de medir a “los nuestros” y a “los suyos”, leyendo solo a quienes confirmen nuestras opiniones y dejando que nuestros prejuicios tengan más valor que los datos que los contradicen, pero si hay un momento para creer que estamos caminando sobre un campo minado, ese momento es este.