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Hacia la independencia (individual)

Estamos viviendo un momento en que las nuevas tecnologías y los modelos disruptivos derivados de ellas necesitan de políticas que huyan del proteccionismo que caracteriza nuestra época. Estos cambios, que nos permitirán alcanzar mayores cotas de libertad individual, son imparables pero pueden desarrollarse con lentitud si así lo deciden unos políticos que apenas miran al largo plazo y que son cada vez más intervencionistas.

El Real Instituto Elcano publicaba recientemente un artículo de Joaquín Roy (aquí) en el que alertaba del resurgir que está experimentando en todo el planeta la idea de nación y, lo que es peor, del nacionalismo en su vertiente más excluyente y xenófoba. No solo ocurre en Europa, donde el triunfo del Brexit, el auge de la extrema derecha en Austria, Francia y Alemania o el cierre de fronteras en Hungría son buenos ejemplos de ello, sino que también nos lo encontramos en una Rusia de ecos zaristas que acaba de dar un nuevo apoyo mayoritario a Putin o en un Trump desatado que defiende proteger el “American way of life” mediante la construcción de un muro con México o restringiendo la importación de productos que compitan con los norteamericanos.

<<Los avances tecnológicos y los nuevos modelos de negocio nos están conduciendo, efectivamente, a un mayor grado de independencia, pero que es de carácter individual y no estatista, no nacional>>

Es cierto que todos los políticos, sean nacionalistas o no, nos tratan a los ciudadanos como si fuéramos sujetos homogéneos, con los mismos gustos y necesidades, proponiendo soluciones intervencionistas “por nuestro bien”, en las que nos dicen qué educación dar a nuestros hijos, qué medios emplear para desplazarnos por las ciudades o qué horarios deben tener nuestros negocios. Algunos políticos nacionalistas van más allá, incluso, y nos quieren imponer el origen de los productos a consumir, la nacionalidad de las personas que podemos contratar o el idioma en que nuestros hijos deben estudiar.

Sin embargo, todos ellos están dando la espalda a la realidad que se viene imponiendo: los avances tecnológicos y los nuevos modelos de negocio nos están conduciendo, efectivamente, a un mayor grado de independencia, pero que es de carácter individual y no estatista, no nacional. Estas novedosas maneras de comerciar nos permiten a los ciudadanos elegir los servicios y bienes de la forma y al precio que más nos convengan rompiendo con esquemas preestablecidos y, en muchas ocasiones, sobreprotegidos por los poderes públicos.

La educación, por ejemplo, cambiará radicalmente: se impondrá la enseñanza personalizada con el apoyo de internet, con mayor flexibilidad para reforzar las inquietudes y motivaciones de cada alumno y para que pueda mejorar en sus carencias; ganará peso la educación no reglada frente a la reglada; habrá un auge de la educación basada en competencias más que en conocimientos, etc. Los centros escolares y las familias dispondrán de miles de recursos –muchos de ellos gratuitos o a un coste bajísimo- para dar a cada alumno la educación que se considere mejor. Y cuál sea en cada caso la opción más adecuada es algo que decidirán los alumnos y sus padres, con el asesoramiento de los profesores y otros profesionales. Adiós a las planificaciones educativas partidistas.

Por otra parte, los nuevos negocios disruptivos basados en la economía colaborativa son imparables. Ya sucedió con la literatura y la música y, por más que se les quiera poner trabas, hoy están totalmente normalizados los modelos que permiten escuchar música de forma gratuita en la red, comprar canciones sueltas, compartir libros gratis o descargarlos a precios irrisorios.

De la misma forma, empresas como Uber, Blablacar o Airbnb son buenos ejemplos de tendencias que van ganando peso entre la sociedad. Es cierto que la llegada de estos negocios desestabilizan los antiguos modelos enraizados y pueden tener un elevado coste en empleo y pérdidas económicas significativas, pero el papel de los políticos no puede ser impedir el desarrollo e implantación de nuevos negocios. Menos aún, cuando tienen el respaldo de una ciudadanía que encuentra en ellos servicios más baratos y mejor adaptados a sus necesidades o gustos.

<<El mundo en que vivimos será menos dependiente de las decisiones políticas y cada vez dependeremos más de nuestras propias elecciones en ámbitos donde hoy tenemos escaso margen de decisión>>

Poco a poco surgirán cambios similares en otros sectores que pondrán patas arriba la hostelería tradicional, la generación y comercialización de energía, la agricultura, el textil, la sanidad, etc. En unos años será posible compartir energía con los vecinos, comprar ropa hecha a medida al momento y a bajo precio, tener mini huertos en los apartamentos de donde obtener nuestras verduras o construir viviendas baratas gracias a la impresión 3D.

El mundo en que vivimos será menos dependiente de las decisiones políticas y cada vez dependeremos más de nuestras propias elecciones en ámbitos donde hoy tenemos escaso margen de decisión. Además, como ya expuse hace unos meses (aquí) creo que en unas décadas los Estados perderán importancia en favor de las grandes ciudades pues éstas, por cercanía al ciudadano, son las más adecuadas para facilitar la implantación de nuevos modelos de negocio que nos ofrezcan mejores y más baratos bienes y servicios.

Por mucho que se empeñen los políticos, las decisiones intervencionistas que nos dicen cómo debemos educar a nuestros hijos, de dónde deben proceder los productos que compramos o qué transporte debemos emplear para desplazarnos y a qué precio, irán desapareciendo. Las nuevas tecnologías y los negocios disruptivos nacidos de ellas permitirán un mayor intercambio de bienes y servicios a precios antes inimaginables y con mayor flexibilidad y capacidad de adaptación a las necesidades de los consumidores. Como ha sucedido siempre, este intercambio voluntario proporcionará enormes beneficios al permitir el continuo desarrollo y mejora de productos.

Es el momento de que los políticos comprendan que estamos a las puertas de una nueva época donde los modelos de negocio van a cambiar radicalmente, donde se va a intensificar ese libre intercambio en beneficio de todos y que estos cambios van a ir mucho más rápido que cualquier decisión política que quiera impedirlos. La combinación de los avances tecnológicos con estas novedosas formas de intercambio y comercio nos permitirá convertirnos en individuos más libres.

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EDUCANDO EN SEGURIDAD Y PRIVACIDAD EN INTERNET

Distintos medios de comunicación han publicado estos días atrás una fotografía de Mark Zuckerberg en su mesa de trabajo celebrando los 500 millones de usuarios mensuales de Instagram, pero en lo que los periódicos han puesto el acento es en el hecho de que Zuckerberg tiene cinta adhesiva pegada a la cámara de su ordenador, así como en el micro, para evitar que un pirata informático pueda acceder a su ordenador para tomarle fotos o grabarlo sin su conocimiento. A pesar de que pueda parecer una medida de precaución muy rudimentaria, los mismos medios han informado de que también el director del FBI, James Comey, ha admitido que cubre su webcam con cinta adhesiva.

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Foto subida por Mark Zuckerberg a Instagram, con el detalle ampliado de su ordenador. Fotografía publicada en europapress.es

En España, el experto en seguridad informática Chema Alonso –popularmente conocido como “el hacker más famoso de España”- lleva años poniendo su conocimiento a nuestro servicio para ayudarnos a utilizar de forma segura nuestros ordenadores, teléfonos y “tablets”. Entre otras cosas, ha explicado en más de una ocasión por qué conviene utilizar algún tipo de protección para las cámaras de ordenadores y teléfonos móviles (ver aquí,  aquíaquí o aquí)

Chema Alonso, que ha sido recientemente nombrado “Chief Data Officer (CDO)” de Telefónica para definir la estrategia global de seguridad de la información y ciberseguridad del grupo, insiste en una cuestión que me parece crucial: cómo educar a nuestros hijos para navegar por la red. Tal y como señalaba en una entrevista publicada en toyoutome.es en noviembre de 2014, “el mundo ha cambiado y la forma de relacionarnos también. El concepto de socializar en los más jóvenes ha llevado a una exposición impúdica en la Red. Mientras que es difícil ver a un niño joven solo en la calle, en Internet están solos mucho tiempo y se exponen sin mucho control. Es necesario que sus padres o tutores les acompañen ahí igual que lo han hecho anteriormente en el parque”.

Efectivamente, me parece que esa es la clave. No se trata de impedir o retrasar que los niños accedan a la tecnología –el debate sobre a qué edad debe tener un niño un móvil o una “tablet”-, pues creo que esa es una cuestión estéril, ya que  van a llegar a ella a una edad cada vez más temprana. Pienso que lo relevante es saber educarlos para hacer un buen uso de la tecnología, con los menores riesgos posibles para ellos. Deben entender que existen peligros intrínsecos a estos aparatos por el hecho de disponer de una cámara incorporada y conectarse a internet, que hay que tomar precauciones para evitar que otros puedan acceder al dispositivo y tomarles fotos sin que se enteren; que existen maneras de impedir que puedan localizar el lugar desde donde ellos están tomando una foto; que no deben hacerse “amigos” de personas que no conozcan por el simple hecho de recibir una solicitud de amistad, etc. Aquí dejo un enlace a varios videos de Chema Alonso explicando cuestiones fundamentales de seguridad informática, vale mucho la pena verlos.

Para quienes pertenecemos a otras generaciones, tanto internet como las redes sociales son instrumentos útiles. Para los niños que han nacido en los últimos 10 años y para los que nazcan en el futuro serán algo más que un “instrumento”, será un lugar absolutamente natural en el que estar, socializar, jugar y aprender. Será un espacio más de su vida, como lo es su casa, su escuela, el polideportivo o el parque. Y debemos acompañarlos a transitar por ese espacio hasta que sean adolescentes y, como en todos los demás lugares, comiencen a moverse solos.

Siguiendo con el ejemplo de Chema Alonso, los padres acompañan a sus hijos a jugar en el parque y eso significa que los vigilan, les explican cómo se juega, los educan en el respeto a otros niños, los animan a hacer nuevos amigos pero también les dicen qué cosas nos les gustan de éstos –si son maleducados, si no prestan los juguetes, si dicen palabrotas, si responden mal a los mayores, etc.- y les refuerzan las actitudes positivas. Además, les advierten de los riesgos: no te subas ahí, no cruces la calle sin mirar a los lados, no hables con desconocidos, no aceptes regalos de personas que no conozcas… Cuando el niño se hace adolescente comienza a salir solo con sus amigos y si ha recibido este tipo de educación durante la niñez le servirá para, al menos, saber qué riesgos existen. No podremos controlar que actúen como queremos pero al menos sabremos que conocen los riesgos, los límites que les hemos marcado de niños y las pautas que deben seguir. Si siguen o no nuestras enseñanzas ya será cosa suya, pero al menos nos hemos preocupado de que las conozcan. Sin embargo, ahora mismo no acompañamos a nuestros hijos mientras emplean dispositivos, navegan por internet o usan las redes sociales. Es imprescindible que tanto en las aulas como en las casas nos acostumbremos a educarlos también a desenvolverse en este entorno.

Los niños deben entender que la información personal que ellos publiquen en las redes sociales es fácil de ver por otras personas y eso significa que cualquiera sabrá su nombre, edad, dónde viven, a qué escuela van, quiénes son sus amigos. Es una información que ellos comparten de manera inocente pero es también una información delicada.

Es igualmente relevante que desde niños sean conscientes de la importancia que tiene la intimidad, algo que está perdiendo valor a pasos agigantados. Subir fotos de nuestra vida permite que otros puedan saber quiénes son nuestros amigos, si tenemos alguna relación, cuáles son nuestras aficiones, qué tipo ropa nos ponemos, dónde nos gusta ir a pasarlo bien, si estamos de vacaciones o seguimos en nuestra casa, si tenemos otra casa fuera de la ciudad para los fines de semana, etc. Los adultos somos más conscientes de los riesgos de sobreexponer públicamente nuestra vida –aunque a veces me sorprendo de las cosas que publican personas de mi generación- pero los niños necesitan que se lo expliquemos, que les fijemos límites, que les eduquemos en qué se puede compartir y en qué no, qué hay que compartir solo con ciertos amigos y qué pueden publicar para todo el mundo, que les enseñemos qué herramientas conviene utilizar para que al publicar determinada información no dejen rastro de otra información más sensible, como el lugar desde el que están subiendo esa publicación. Si hacemos que desde niños entiendan bien la importancia de la intimidad correrán menos riesgos cuando sean mayores.

Es sabido que muchas empresas entran en las redes sociales para conocer algo más de las personas a las que están entrevistando para un puesto de trabajo. Si sus opiniones, sus fotos y otro tipo de datos están abiertos al público pueden estar compartiendo mucha información que quizá no querrían dar a conocer en un proceso de selección, desde su ideología política a sus creencias religiosas, pasando por su orientación sexual o sus aficiones. De la misma forma, ya sabemos que no es casualidad que al visitar determinadas páginas de internet o entrar en nuestras redes sociales nos encontremos con publicidad relacionada con nuestras aficiones o con cuestiones que nos interesan. Si a los niños se les da una educación adecuada para moverse en este entorno, cuando sean adultos emplearán internet y las redes sociales de forma mucho más responsable a como lo hacemos hoy nosotros.

Hoy ya vivimos en una sociedad altamente interconectada: compramos online, hacemos movimientos bancarios desde nuestros dispositivos móviles y vivimos constantemente conectados a nuestros grupos de amigos y familiares vía aplicaciones de mensajería móvil. Transmitimos mucha información a través de la red y la mayor parte de las veces lo hacemos sin las medidas de seguridad básicas y esto irá a más: en pocos años viviremos permanentemente conectados.

Quizá se normalicen dispositivos como las “gafas inteligentes” que permitan que al mirar a una persona se pueda hacer un reconocimiento facial y acceder a la información de alguna red social donde tenga datos abiertos al público. Si no ha tomado ciertas precauciones podremos saber de manera inmediata cómo se llama, dónde vive o dónde trabaja. Las consultas médicas se harán online sin necesidad de desplazarnos a una consulta física, lo que significa que la información que intercambiemos con el médico navegará por la red con posibilidad de ser conocida y utilizada por algún pirata informático. Nuestros dispositivos, incluso nuestra ropa, podrán hacer cada vez más cosas en internet de manera más rápida y sencilla, pero tenemos que saber si lo harán también de forma segura o no y poner los medios adecuados para prevenir que la información más íntima o sensible pueda estar al alcance de cualquiera.

En unos años tendremos mucha más información personal circulando por la red o almacenada en «la nube». Conviene que conozcamos bien la manera de protegerla y que ayudemos a nuestros hijos a comprender desde niños la importancia de hacerlo.

 

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BREXIT, MACROESTADOS Y CIUDADES GLOBALES

El próximo 23 de junio se va a celebrar el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Se trata, sin duda, de uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta la UE desde hace décadas. Nadie duda de que su salida tendrá un enorme impacto, pero sea cual sea el resultado deberá servir para reflexionar sobre el futuro del proyecto europeo y sobre nuestra relación con las entidades políticas.

Un resultado favorable al “Brexit” en el referéndum sería muy perjudicial en el corto plazo para Reino Unido y para Europa. Los británicos tendrían que negociar con la UE unas nuevas condiciones para poder seguir actuando en el mercado único o verse bastante limitados en sus transacciones comerciales, hacer frente de nuevo al reto secesionista de Escocia y a un órdago de Gibraltar. Por su parte, para Europa supondría dificultar su recuperación tras la crisis, perdería a su segunda economía más importante, perdería influencia política en el mundo, perdería equilibrios de poder dentro de sus instituciones, donde Alemania ganaría aún más peso y, sobre todo, aumentaría el riesgo de contagio euroescéptico en otros países. No obstante, el “Brexit” también puede ser una oportunidad a medio y largo plazo, por cuanto puede provocar una unión más estrecha entre los Estados que la forman y que se lleguen a acometer las reformas que no se han llevado a cabo para fortalecer el euro y la propia Unión (unión fiscal, completar la unión bancaria y luchar de manera eficaz contra el fraude y los paraísos fiscales).

Sin embargo, pase lo que pase en el referéndum del 23 de junio creo que va a haber un antes y un después en la UE. La imagen de la Unión está muy deteriorada a nivel general –incluso en países donde siempre ha habido un alto apoyo al proyecto europeo, como España, ha aumentado el euroescepticismo en el último año-, los ciudadanos sienten que las instituciones comunitarias están muy alejadas de sus problemas cotidianos y en muchos casos desconocen a qué se dedican nuestros europarlamentarios. La crisis económica no ha ayudado en absoluto a tener la impresión de una Unión fuerte y preocupada por sus ciudadanos y, por si fuera poco, la crisis de los refugiados ha indignado, de un lado, a una buena parte de la población que se avergüenza de las respuestas dadas desde Bruselas y, de otro, ha provocado un aumento en el apoyo a partidos de ideología extremista con claros rasgos xenófobos.

La impresión en muchos ciudadanos es que la UE no es hoy sino una estructura burocratizada alejada de los problemas domésticos, centrada exclusivamente en la unión económica y que se ha olvidado de los valores superiores que fueron clave en su fundación: la paz, la democracia, la libertad y la solidaridad.

La UE no puede verse únicamente como un proyecto político o económico. Europa tiene una cultura común que, partiendo de las tradiciones griega, romana y judeo-cristiana pasadas por la criba de la ilustración y las corrientes liberales, le ha permitido consolidar una civilización rica en valores que no pueden dejarse de lado en la construcción de un proyecto común. Es cierto que muchos de estos valores tradicionales hoy están en entredicho –es un rasgo propio de los países de tradición ilustrada el hacer crítica de los propios valores, algo que no sucede en otras culturas-, pero ese cuestionamiento se hace sin que se nos ofrezcan valores alternativos más altos, al contrario de lo que sí ocurrió con el pensamiento ilustrado, que aportó la razón como valor superior para construir un mundo mejor y sustituir la superstición y la tiranía por la ciencia y la libertad.

Como bien señala Javier Gomá en su “Ejemplaridad pública”, “los valores últimos y más sublimes han desaparecido de la vida pública por efecto de la crítica nihilista y de la secularización y todavía nuestra época no ha sabido crearse costumbres donde los nuevos valores se propongan de forma convincente a la ciudadanía”. Este proceso de crítica y relativización de los valores sin tener sustitutos para ellos nos lleva a perder las referencias en un proyecto de civilización que dé cabida a ciudadanos de credos, culturas y nacionalidades diversas. Si el proyecto europeo quiere continuar adelante y recuperar el apoyo de la ciudadanía necesita un liderazgo que vaya más allá del liderazgo político. Necesita liderazgo moral. Y ahora mismo los ciudadanos europeos nos sentimos huérfanos de él.

Aprovechando esta circunstancia, es momento de replantearse si son los “MacroEstados” como la Unión Europea las organizaciones políticas ideales para satisfacer nuestras demandas como ciudadanos. Esto es, si más allá de los beneficios de lograr la eliminación de las fronteras o una política común en defensa, son adecuadas para garantizar que llevemos a cabo nuestro proyecto de vida.

Las relaciones dentro de los “MacroEstados” como la Unión Europea se basan en difíciles equilibrios de poder entre Estados grandes y pequeños, más y menos poblados, con mayor y menor nivel de desarrollo. En algunos casos el proceso de adopción de acuerdos es realmente complejo y puede dar lugar a que los países de mayor tamaño o población impongan su criterio a los demás o, al contrario, que los más pequeños veten determinadas decisiones que les afectan negativamente a nivel local pero perjudiquen con ese veto a la mayor parte de ciudadanos europeos. Lo mismo sucede en el caso de acuerdos y tratados internacionales que implican a diversos Estados, como sucede en el seno de la ONU.

¿Es esta la mejor forma de seguir funcionando en el futuro? ¿No estamos diciendo que los grandes Estados están cada vez más alejados de los ciudadanos? ¿Hay alternativa?

En la actualidad, casi el 50% de la población mundial vive en grandes ciudades y se estima que antes de 2050 este porcentaje será del 75% para una población mucho más elevada que la actual (en el caso de Europa, este porcentaje ya llega hoy al 80%). El crecimiento de nuevas urbes en África y Asia es ya una realidad y en pocas décadas alcanzarán una gran importancia, especialmente si algunos de los países consiguen avanzar en derechos y libertades y favorecen el crecimiento económico y el desarrollo de los ciudadanos.

Las ciudades serán cada vez más tecnológicas, el concepto de ciudad inteligente (“smart city”) estará totalmente normalizado y unas y otras estarán permanentemente interconectadas entre sí para favorecer no solo las relaciones privadas –en lo personal y en el mundo de los negocios- sino también la cooperación en políticas públicas.

La socióloga Saskia Sassen, galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2013, introdujo a principios de los años 90 el concepto de “ciudad global” para referirse a aquellas ciudades que tienen un efecto directo en los asuntos mundiales, a través de los aspectos socioeconómicos, políticos y culturales. Son ciudades cuya influencia es global y los casos más paradigmáticos eran entonces París, Nueva York, Tokio y Londres. Hoy existen muchas más de las que Sassen identificó cuando realizó su estudio, como Beijing, Berlín, Chicago, Los Angeles, Miami, Madrid, Melbourne, Shanghai, Singapur o Sydney, entre otras.

Sassen expone en su estudio que, “lo que ha quedado claro en las últimas décadas con el crecimiento de las ciudades globales es que nuestro futuro geopolítico no va a estar determinado por el dúo EEUU-China, sino por veinte o más redes urbanas estratégicas alrededor del mundo.” Sin embargo, frente a la visión pesimista que tiene sobre el futuro de las ciudades como grandes centros de desigualdad producto, a su juicio, de los males del neoliberalismo, yo pienso que podemos asistir a una mejora generalizada de las condiciones de vida que van a redundar en una salida cada vez más rápida de la pobreza de quienes viven ahora en las zonas menos desarrolladas del planeta y un aumento considerable de la clase media en aquellas zonas donde existe mayor desigualdad.

Para ello, a la par que se produzca el desarrollo tecnológico de las ciudades, harán falta políticas que favorezcan un planeamiento urbano que evite los “guetos” que existen en algunas grandes urbes o el desplazamiento de las clases más desfavorecidas hacia barrios paupérrimos con construcciones de baja calidad, donde faltan buenos servicios básicos, que carecen de zonas verdes y que en muchos casos tienen elevados índices de contaminación. Las ciudades del futuro deben garantizar el confort de todos sus habitantes, su dignidad y su libertad.

Adicionalmente, será necesario transferir a las ciudades competencias fundamentales en materias esenciales -educación, sanidad, empleo, emprendimiento- pues su mayor cercanía a los ciudadanos justifica que ellas aborden las políticas más adecuadas en esas materias y las gestionen.

En este sentido, las ciudades deberán poner en marcha relaciones multilaterales con otras ciudades para desarrollar proyectos conjuntos de cooperación en determinadas políticas. Dice Moisés Naïm en “El fin del poder” (Debate-Penguin Random House, 2013) que las alianzas entre unos pocos países con similares intereses son mucho más efectivas que los tratados universales que tratan de poner de acuerdo a todos los Estados (como sucede, por ejemplo, con el Protocolo de Kyoto). A esta idea la denomina “minilateralismo” y considera que “puede serle útil a los países pequeños, cuando consiste en alianzas de unos pocos que tienen más probabilidades de lograr sus fines y menos de que les cierren el paso las potencias dominantes celosas de resguardar su influencia”.

Al contrario que los Estados, las ciudades interconectadas van a poder avanzar a mayor velocidad y ejecutar con mayor celeridad el contenido de las alianzas a que lleguen con otras ciudades para desarrollar políticas conjuntas que mejoren las condiciones de vida de sus ciudadanos. A su vez, esas alianzas serán más factibles entre ciudades que compartirán similares problemas y características que entre Estados tan diversos como los actuales. ¿Sería posible que las ciudades pactaran entre sí las condiciones para hacer transacciones comerciales o financieras entre compañías radicadas en ellas? ¿No podrían las 20 ciudades más grandes acordar medidas de reducción de la contaminación, fijar las bases para permitir los modelos de economía colaborativa en transporte o turismo, establecer una regulación común para el suministro de gas y electricidad e, incluso, pactar la legalización de determinadas drogas? ¿Es tan difícil de imaginar? Hoy hablamos de la posibilidad de ceder más soberanía a la Unión Europea para conseguir avanzar en el proyecto europeo, esto es, ceder soberanía hacia una entidad supranacional que está más alejada de los ciudadanos, ¿por qué no cederla a entidades que están más cerca de nosotros?

No será inmediato y deberán mantenerse ciertas competencias en un nivel de Administración supralocal, como el Estado, pero creo que en el futuro se llevará a cabo una transferencia de poder hacia las ciudades de manera progresiva. En el plazo más inmediato el “Brexit” se nos plantea como un terremoto para el seno de la UE, pero es momento de empezar a pensar en qué relación queremos mantener a futuro con nuestras Administraciones y se me antoja que estrechar esa relación con las ciudades será a la larga más beneficioso para nosotros.

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PREJUICIOS, ESTEREOTIPOS Y MIEDOS

Algunos científicos aseguran que en un par de décadas o menos no distinguiremos lo natural de lo artificial y que la comida –todo tipo de comida- será en su mayor parte creada en laboratorios pero con el mismo aspecto, textura y sabor de la comida natural, con todos sus beneficios y ningún perjuicio. La primera vez que escuché esta afirmación se me heló la sangre navarra que corre por mis venas y mi cabeza enseguida pensó “no, por favor, dejad los chuletones en paz”. A continuación me invadieron los prejuicios y miedos: “a saber lo que nos vamos a comer”, “a ver qué veneno nos dan”, “es imposible que eso sea sano”, “no puede tener el mismo sabor”. La realidad es que no sé lo que va a suceder pero mis prejuicios y temores ya me predisponen en contra de este cambio que se anuncia. En unas semanas volveré a comentar este asunto en detalle, pero por ahora quiero centrarme precisamente en los prejuicios y miedos.

Los prejuicios son ideas que adquirimos de los demás sin haber tenido experiencias para desarrollarlas por nosotros mismos, y que empleamos para elaborar categorías que nos permitan predecir el comportamiento de los elementos que integran dichas categorías. Los estereotipos, por su parte, son grupos de ideas adquiridas de otros –al igual que los prejuicios- que asociamos a categorías -habitualmente de seres humanos- para obtener una imagen simplificada de dichas categorías[1].

Al estar referidos a categorías o a grupos, ese juicio previo se hace con carácter general para todos los miembros del grupo y no se tienen en cuenta las particularidades de cada miembro individual. Así, existen estereotipos y prejuicios sobre casi todo: “las mujeres”, “los hombres”, “los políticos”, “los catalanes”, “los andaluces”, “los funcionarios”, “las rubias”, “los gitanos”, “los inmigrantes”, “la comida artificial”, “las terapias alternativas”, “la cocina de vanguardia”, etc.

En el ejemplo anterior es evidente que tengo un prejuicio negativo hacia la comida artificial que procede de la idea adquirida de que lo natural es mejor, más sano, más nutritivo o más sabroso, en contraposición con toda aquella comida que se aleje de lo natural, desde las chucherías y refrescos azucarados hasta la comida rápida de alguna cadena de hamburgueserías.

Además, me resulta difícil pensar lo contrario e incluso me cuesta imaginarme a mí mismo comiendo una carne que proceda de laboratorio, pero esta es también una característica propia de los prejuicios y estereotipos: su resistencia al cambio. Dada su simpleza, los prejuicios y estereotipos son fáciles de adquirir, de transmitir y de usar, y mientras no tengamos una experiencia “en contrario” que nos haga cambiar de opinión, una idea vaga nos resulta suficiente para explicar una determinada categoría o grupo. Como señala la científica Margarita del Olmo, «una vez adquiridos los prejuicios y los estereotipos, las ideas que nos transmiten se mantienen petrificadas de forma que, si a través de repetidas experiencias personales, adquirimos información que concuerda con el estereotipo o el prejuicio, nos sirve para ratificarlos, pero la información que no coincide, la desechamos como si fuera una excepción, y seguimos manteniendo, inalteradas, las ideas que componen nuestros prejuicios y nuestros estereotipos ».

 A su vez, el miedo funciona como una poderosa arma que nos dificulta cambiar nuestros prejuicios y estereotipos: miedo a estar equivocados, miedo a ser rechazados por personas de nuestro mismo grupo con quienes compartimos esos prejuicios y estereotipos, miedo a la desconocido, miedo a lo que es diferente, etc.

Los avances científicos y tecnológicos suelen ser el abono perfecto para que surjan los prejuicios y los miedos irracionales. Así ha sucedido con los ordenadores, la telefonía móvil, la reproducción asistida, el uso de células madre, el microondas o internet, por citar solo algunos ejemplos. Aún se escuchan las carcajadas de los científicos que trabajan en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) de Ginebra por las alarmas levantadas por ciertos agoreros que decían que su puesta en marcha destruiría el planeta o que crearían un agujero negro capaz de succionarnos a todos.

Es fundamental documentarse, leer opiniones de todo tipo, a favor y en contra, y a ser posible de personas que tengan autoridad para opinar con conocimiento de causa sobre la materia de que se trate.

En las próximas décadas vamos a asistir a avances tecnológicos y científicos de enorme impacto, algunos totalmente imprevisibles, y más nos vale ir sacudiéndonos prejuicios y miedos de encima si queremos ser capaces de adaptarnos a los cambios que supondrán. En este blog hablaré de inteligencia artificial –y de comida artificial-, robótica, genética, movimientos migratorios, conectividad o Micro-Estados y muchas de las ideas que se plantearán van a resultar cuanto menos chocantes.

Por supuesto, los prejuicios y estereotipos no afectan solo al ámbito científico-tecnológico. Antes al contrario, han estado presentes de manera continua a lo largo de la historia y han sido responsables de las múltiples discriminaciones que han existido por razón de raza, sexo, religión o capacidad económica.

Actualmente, en los países más desarrollados los prejuicios y estereotipos relativos a las razas y sexos están siendo superados y se va logrando la victoria –aún no alcanzada del todo- sobre sus efectos discriminatorios. No sucede así con otros estereotipos. Por ejemplo, en el caso de la religión es muy común escuchar que el islam no es compatible con la democracia, algo que no es cierto. Indonesia es el cuarto país más poblado del planeta y el primero en número de musulmanes, un 88% de su población es seguidora del islam. Indonesia es desde 1999, tras la dimisión del dictador Suharto, una república democrática con los tres poderes independientes, limitación de mandato para el Presidente y su Carta de Derechos Humanos que incluye la libertad religiosa. De la misma forma, Senegal es un país con cerca de un 90% de población musulmana siendo, a su vez, uno de los países que cuentan con una democracia más arraigada de África donde, al igual que en Indonesia, cuentan con su Carta de Derechos Humanos que incluye la libertad religiosa. De hecho, en Senegal no son infrecuentes los matrimonios mixtos entre musulmanes y cristianos. Por tanto, decir que islam y democracia son incompatibles es un estereotipo que nos hemos creado como consecuencia de lo que vemos en países del norte de África y Oriente Medio, que tan cerca nos quedan y tan relevantes son en la política internacional actual.

De la misma forma, es habitual crearnos estereotipos en el ámbito de la política para simplificar las posturas ideológicas y rechazar a los contrarios. Hace unos meses, Benito Arruñada publicaba en el diario El País (aquí) una interesante columna en la que recordaba un estudio realizado en EEUU según el cual los demócratas estadounidenses “no creían (ni, aparentemente, creen) que los republicanos deseen construir una sociedad más justa, ni que les importe el medio ambiente o el bienestar de los individuos menos favorecidos. Sienten así que discrepan en los fines, y no en los medios empleados para alcanzarlos”. Estas mismas ideas parecen existir en los países del sur de Europa entre los votantes de izquierda (sean moderados o de extrema izquierda) respecto a los partidos liberales y conservadores. En el caso de España esta tendencia es aún más acusada si cabe, dado que determinados sectores de izquierda continúan transmitiendo aún la imagen de que “la derecha” es heredera del franquismo o sinónimo de fascismo. Por su parte, es habitual entre sectores liberales y conservadores considerar que los políticos de izquierdas son incompetentes, enchufistas, malos gestores y derrochadores.

Estos simplistas arquetipos dificultan los acercamientos y acuerdos que podrían procurar la estabilidad que los ciudadanos anhelan. Ahora que está de moda mirar a los países nórdicos como ejemplo, no estaría de más darse cuenta de que su receta de éxito incluye ingredientes propios de la socialdemocracia (alto nivel de gasto público y elevados impuestos para mantener los servicios públicos) con otros ingredientes liberales (despido libre y barato, inexistencia de un salario mínimo legal o pocas trabas para crear empresas) que se han conseguido merced al respeto mutuo de las facciones políticas y su capacidad de entendimiento, algo que no solo deben procurar los partidos sino también sus votantes.

Debemos ser capaces de enfrentar los estereotipos y prejuicios que tenemos petrificados en nuestra mente con experiencias individuales, con una mayor y mejor información, escuchando a quienes no piensan como nosotros y, así, construir una imagen mucho más rica de la realidad y, sobre todo, que sea una imagen propia y no transmitida por terceros. Debemos perder el miedo a cambiar de opinión, a no pensar como la mayoría o a que lo que venga sea peor que lo que existe.

Somos sujetos de derechos, obligaciones y prejuicios, pero estos últimos podemos tratar de dejarlos, como se puede dejar el tabaco. Yo, para empezar, prometo comerme un chuletón de laboratorio cuando llegue el momento.

 

[1] “Prejuicios y estereotipos: un replanteamiento de su uso y utilidad como mecanismos sociales” (del Olmo. XXI, Revista de Educación 7, 2005. Universidad de Huelva).
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Todo va a cambiar

Cuando un político nos promete que subiendo los impuestos a las grandes corporaciones se van a recaudar X miles de millones que ayudarán a mejorar o mantener los servicios del Estado del bienestar lo hace partiendo de una premisa falsa, la de que no se van a producir otros cambios, es decir, que esas grandes corporaciones seguirán teniendo similares niveles de facturación, que no se reducirá el número de empresas en el país, que se mantendrán las inversiones, etc. Lo mismo sucede, por ejemplo, cuando nos dicen que gracias a una determinada reducción de costes se van a poder cumplir los objetivos de déficit establecidos. Este tipo de predicciones asumen el principio “ceteris paribus”, que en latín significa “las demás cosas igual” o “el resto permanece constante”. Es decir, esas predicciones se cumplirán en la medida en que no se produzcan otros cambios.

El recurso “ceteris paribus” se emplea de forma habitual en las distintas ramas científicas para realizar predicciones y estudiar situaciones complejas donde interesa comprender la influencia que una determinada variable ejerce sobre dicha situación. Así sucede en los ejemplos expuestos o en otros cientos de estimaciones y usos: cuando se dice que en los próximos 5 años la economía experimentará un crecimiento del 3%, cuando se calcula el aumento de temperatura de la Tierra en la próxima década, los empleos que se perderán a causa de la robótica, el futuro envejecimiento de la población española o el impacto de una posible salida de la UE por parte del Reino Unido.

Sin embargo, la realidad es que todo cambio en una variable provoca cambios en muchas otras, algunas predecibles y otras totalmente inesperadas. Por ello, muchas de las predicciones, sobre todo si se hacen a largo plazo, suelen fallar. Por esa misma razón tenemos habitualmente la impresión de que los políticos nos fallan, nos mienten, o ambas cosas a la vez. El caso es que no dan una.

En las próximas décadas vamos a asistir a una auténtica revolución en el campo de la genética, la robótica y la tecnología en general, que vendrá acompañada de extraordinarios cambios sociales como masivos movimientos migratorios, aumento de la superpoblación y un desmedido desplazamiento de las personas desde zonas rurales a gigantescas urbes, todo ello unido a retos colosales como frenar el cambio climático. Unos cambios que van a provocar muchos otros en cadena, que van a producirse a velocidad exponencial y que van a generar enormes impactos en nuestros paradigmas, que nos obligarán a replantearnos el mundo tal y como lo conocemos, nuestras relaciones sociales y laborales e incluso nuestras creencias, principios y valores.

Me gustaría que en este blog mirásemos hacia ese posible futuro y reflexionemos sobre política, ciencia, tecnología, cultura, religión, ética, derechos y libertades pensando a largo plazo, en lo que puede venir –en lo que de hecho ya nos dicen que va a venir- y en cómo vamos a afrontarlo. Como dice el científico Riccardo Sabatini en relación con lo que podremos lograr cuando tengamos un conocimiento más profundo del genoma humano, “tendremos que plantearnos decisiones a las que no nos hemos tenido que enfrentar jamás: sobre la vida, sobre la muerte, sobre la crianza de nuestros hijos. Es una revolución que no puede quedar confinada al mundo de la ciencia o la tecnología. Esta debe ser una conversación global. Tenemos que comenzar a pensar en el futuro que vamos a construir como humanidad. Necesitamos interactuar con creativos, con artistas, con filósofos, con políticos. Todo el mundo debe involucrarse porque hablamos del futuro de nuestra especie. Debemos abordarlo sin miedo, pero entendiendo que las decisiones que tomemos en los próximos años cambiarán el curso de la historia para siempre”.

El objetivo de este blog es que podamos pensar juntos en los cambios que nos esperan, sin miedo, de forma reflexiva y abierta. Porque los cambios se van a producir y todo lo demás no va a permanecer inalterable, van a ser cambios donde “ceteris non paribus”. De nosotros depende adelantarnos y estar preparados para adaptarnos a dichos cambios cuando llegue el momento. El futuro es un viaje apasionante pero un viaje que conviene planificar.