Algunos científicos aseguran que en un par de décadas o menos no distinguiremos lo natural de lo artificial y que la comida –todo tipo de comida- será en su mayor parte creada en laboratorios pero con el mismo aspecto, textura y sabor de la comida natural, con todos sus beneficios y ningún perjuicio. La primera vez que escuché esta afirmación se me heló la sangre navarra que corre por mis venas y mi cabeza enseguida pensó “no, por favor, dejad los chuletones en paz”. A continuación me invadieron los prejuicios y miedos: “a saber lo que nos vamos a comer”, “a ver qué veneno nos dan”, “es imposible que eso sea sano”, “no puede tener el mismo sabor”. La realidad es que no sé lo que va a suceder pero mis prejuicios y temores ya me predisponen en contra de este cambio que se anuncia. En unas semanas volveré a comentar este asunto en detalle, pero por ahora quiero centrarme precisamente en los prejuicios y miedos.
Los prejuicios son ideas que adquirimos de los demás sin haber tenido experiencias para desarrollarlas por nosotros mismos, y que empleamos para elaborar categorías que nos permitan predecir el comportamiento de los elementos que integran dichas categorías. Los estereotipos, por su parte, son grupos de ideas adquiridas de otros –al igual que los prejuicios- que asociamos a categorías -habitualmente de seres humanos- para obtener una imagen simplificada de dichas categorías[1].
Al estar referidos a categorías o a grupos, ese juicio previo se hace con carácter general para todos los miembros del grupo y no se tienen en cuenta las particularidades de cada miembro individual. Así, existen estereotipos y prejuicios sobre casi todo: “las mujeres”, “los hombres”, “los políticos”, “los catalanes”, “los andaluces”, “los funcionarios”, “las rubias”, “los gitanos”, “los inmigrantes”, “la comida artificial”, “las terapias alternativas”, “la cocina de vanguardia”, etc.
En el ejemplo anterior es evidente que tengo un prejuicio negativo hacia la comida artificial que procede de la idea adquirida de que lo natural es mejor, más sano, más nutritivo o más sabroso, en contraposición con toda aquella comida que se aleje de lo natural, desde las chucherías y refrescos azucarados hasta la comida rápida de alguna cadena de hamburgueserías.
Además, me resulta difícil pensar lo contrario e incluso me cuesta imaginarme a mí mismo comiendo una carne que proceda de laboratorio, pero esta es también una característica propia de los prejuicios y estereotipos: su resistencia al cambio. Dada su simpleza, los prejuicios y estereotipos son fáciles de adquirir, de transmitir y de usar, y mientras no tengamos una experiencia “en contrario” que nos haga cambiar de opinión, una idea vaga nos resulta suficiente para explicar una determinada categoría o grupo. Como señala la científica Margarita del Olmo, «una vez adquiridos los prejuicios y los estereotipos, las ideas que nos transmiten se mantienen petrificadas de forma que, si a través de repetidas experiencias personales, adquirimos información que concuerda con el estereotipo o el prejuicio, nos sirve para ratificarlos, pero la información que no coincide, la desechamos como si fuera una excepción, y seguimos manteniendo, inalteradas, las ideas que componen nuestros prejuicios y nuestros estereotipos ».
A su vez, el miedo funciona como una poderosa arma que nos dificulta cambiar nuestros prejuicios y estereotipos: miedo a estar equivocados, miedo a ser rechazados por personas de nuestro mismo grupo con quienes compartimos esos prejuicios y estereotipos, miedo a la desconocido, miedo a lo que es diferente, etc.
Los avances científicos y tecnológicos suelen ser el abono perfecto para que surjan los prejuicios y los miedos irracionales. Así ha sucedido con los ordenadores, la telefonía móvil, la reproducción asistida, el uso de células madre, el microondas o internet, por citar solo algunos ejemplos. Aún se escuchan las carcajadas de los científicos que trabajan en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) de Ginebra por las alarmas levantadas por ciertos agoreros que decían que su puesta en marcha destruiría el planeta o que crearían un agujero negro capaz de succionarnos a todos.
Es fundamental documentarse, leer opiniones de todo tipo, a favor y en contra, y a ser posible de personas que tengan autoridad para opinar con conocimiento de causa sobre la materia de que se trate.
En las próximas décadas vamos a asistir a avances tecnológicos y científicos de enorme impacto, algunos totalmente imprevisibles, y más nos vale ir sacudiéndonos prejuicios y miedos de encima si queremos ser capaces de adaptarnos a los cambios que supondrán. En este blog hablaré de inteligencia artificial –y de comida artificial-, robótica, genética, movimientos migratorios, conectividad o Micro-Estados y muchas de las ideas que se plantearán van a resultar cuanto menos chocantes.
Por supuesto, los prejuicios y estereotipos no afectan solo al ámbito científico-tecnológico. Antes al contrario, han estado presentes de manera continua a lo largo de la historia y han sido responsables de las múltiples discriminaciones que han existido por razón de raza, sexo, religión o capacidad económica.
Actualmente, en los países más desarrollados los prejuicios y estereotipos relativos a las razas y sexos están siendo superados y se va logrando la victoria –aún no alcanzada del todo- sobre sus efectos discriminatorios. No sucede así con otros estereotipos. Por ejemplo, en el caso de la religión es muy común escuchar que el islam no es compatible con la democracia, algo que no es cierto. Indonesia es el cuarto país más poblado del planeta y el primero en número de musulmanes, un 88% de su población es seguidora del islam. Indonesia es desde 1999, tras la dimisión del dictador Suharto, una república democrática con los tres poderes independientes, limitación de mandato para el Presidente y su Carta de Derechos Humanos que incluye la libertad religiosa. De la misma forma, Senegal es un país con cerca de un 90% de población musulmana siendo, a su vez, uno de los países que cuentan con una democracia más arraigada de África donde, al igual que en Indonesia, cuentan con su Carta de Derechos Humanos que incluye la libertad religiosa. De hecho, en Senegal no son infrecuentes los matrimonios mixtos entre musulmanes y cristianos. Por tanto, decir que islam y democracia son incompatibles es un estereotipo que nos hemos creado como consecuencia de lo que vemos en países del norte de África y Oriente Medio, que tan cerca nos quedan y tan relevantes son en la política internacional actual.
De la misma forma, es habitual crearnos estereotipos en el ámbito de la política para simplificar las posturas ideológicas y rechazar a los contrarios. Hace unos meses, Benito Arruñada publicaba en el diario El País (aquí) una interesante columna en la que recordaba un estudio realizado en EEUU según el cual los demócratas estadounidenses “no creían (ni, aparentemente, creen) que los republicanos deseen construir una sociedad más justa, ni que les importe el medio ambiente o el bienestar de los individuos menos favorecidos. Sienten así que discrepan en los fines, y no en los medios empleados para alcanzarlos”. Estas mismas ideas parecen existir en los países del sur de Europa entre los votantes de izquierda (sean moderados o de extrema izquierda) respecto a los partidos liberales y conservadores. En el caso de España esta tendencia es aún más acusada si cabe, dado que determinados sectores de izquierda continúan transmitiendo aún la imagen de que “la derecha” es heredera del franquismo o sinónimo de fascismo. Por su parte, es habitual entre sectores liberales y conservadores considerar que los políticos de izquierdas son incompetentes, enchufistas, malos gestores y derrochadores.
Estos simplistas arquetipos dificultan los acercamientos y acuerdos que podrían procurar la estabilidad que los ciudadanos anhelan. Ahora que está de moda mirar a los países nórdicos como ejemplo, no estaría de más darse cuenta de que su receta de éxito incluye ingredientes propios de la socialdemocracia (alto nivel de gasto público y elevados impuestos para mantener los servicios públicos) con otros ingredientes liberales (despido libre y barato, inexistencia de un salario mínimo legal o pocas trabas para crear empresas) que se han conseguido merced al respeto mutuo de las facciones políticas y su capacidad de entendimiento, algo que no solo deben procurar los partidos sino también sus votantes.
Debemos ser capaces de enfrentar los estereotipos y prejuicios que tenemos petrificados en nuestra mente con experiencias individuales, con una mayor y mejor información, escuchando a quienes no piensan como nosotros y, así, construir una imagen mucho más rica de la realidad y, sobre todo, que sea una imagen propia y no transmitida por terceros. Debemos perder el miedo a cambiar de opinión, a no pensar como la mayoría o a que lo que venga sea peor que lo que existe.
Somos sujetos de derechos, obligaciones y prejuicios, pero estos últimos podemos tratar de dejarlos, como se puede dejar el tabaco. Yo, para empezar, prometo comerme un chuletón de laboratorio cuando llegue el momento.